miércoles, 20 de septiembre de 2017

Hasta que la Muerte nos Separe

La historia de amor más romántica no es la de Romeo y Julieta

Si no la de los matrimonios que envejecen juntos

“Me entrego a ti y prometo serte fiel en la próspero y en la adverso, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.

¿En realidad tenemos conciencia cuando pronunciamos este voto en la celebración del Sacramento del matrimonio?

Comencemos con la Palabra de Dios que dice: «…lo que Dios unió no lo separe el hombre.»[1], es decir que si consideramos que para que se realice la unión entre un hombre y una mujer y se constituyan en un matrimonio; esto solo es posible mediante la celebración del Sacramento[2], lo que significa que se ha constituido en algo sagrado; y si tomamos en cuenta que para que esto pueda lograrse, debe contarse con los protagonistas de la alianza matrimonial que son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento[3].
Entonces quiere decir que, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento.

Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento.
El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano puede suplir[4].
Ahora bien, si cuando estamos pronunciando el voto matrimonial arriba mencionado y comprendemos en toda su dimensión lo aquí expuesto; sin duda alguna que tenemos claro el compromiso que estamos asumiendo para toda nuestra vida.

Desgraciadamente la realidad de nuestros días indica que esos votos han sido relegados como algo ritual durante la ceremonia sin darles el significado y valor trascendental que en sí mismos encierran.
Las estadísticas confirman la crisis actual que viven los matrimonios en los Estados Unidos:
a)     El promedio de duración de un matrimonio actual es de siete (7) años, y uno de cada dos matrimonios termina en divorcio.
b)     El setenta y cinco por ciento (75%) de las personas que se divorcian se vuelven a casar. Sin embargo, aproximadamente el sesenta y seis por ciento (66%) de las parejas de segunda unión, que tienen hijos del primer matrimonio, se separan.
c)      El cincuenta por ciento (50%) de las familias americanas corresponde hoy a segundas uniones.
d)     Dos de tres primeros matrimonios de parejas menores de treinta (30) años terminan en divorcio.[5]

Nuestro reto debe ser el de darle solidez a la base de la sociedad que es la familia, y para eso se requiere de matrimonios conscientes de su compromiso y dispuestos a luchar contra viento y marea para mantener el vínculo matrimonial en medio de una sociedad que no está dispuesta a pasar por el dolor, sufrimiento y dificultades que implica mantener un relación en la que el amor, la armonía, comprensión, paciencia y tolerancia deben prevalecer por encima de las amenazas por las que actualmente pasan los esposos en su vida conyugal.

En nuestro próximo artículo, ofreceremos algunos recursos que pueden ayudar para que el matrimonio logre caminar por aguas tranquilas y perseverar hasta que la muerte nos separe.


[1] Mc. 10, 9
[2] Del latín sacro y mentum “momento sagrado”
[3] CIC 1626
[4] CDC 1055, 2; 1056; 1057, 1
[5] Investigaciones realizadas en Estados Unidos, citadas por Jeannette Lofas en su libro “Step Parenting”

http://jlromerousccb.blogspot.com/2017/08/hasta-que-la-muerte-nos-separe.html

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