viernes, 16 de mayo de 2014

El incomparable amor de una madre

La maternidad es un privilegio divino a través del cual Dios comparte con nosotras la creación de una nueva vida. El instinto maternal es una gracia que Dios infunde en la mujer para guiarla en la mejor manera de criar y proteger sus hijos. Ciertamente es un regalo de Dios. Pero la maternidad saludable es algo que también puede aprenderse de aquellas que antes que nosotras, han caminado el camino muchas veces de rosas y otras de espinas, de la maternidad.

En estas cortas líneas celebro la vida y el caminar de mi madre. Esa hermosa mujer cuya vocación en la vida ha sido ser mamá.  Ella que dedicó su juventud y su vida a entregarse a sus hijas, a buscar nuestro bien, a orientarnos por el buen camino, a enseñarnos la fe, a orar por nosotras y en mi caso, a ser pilar fuerte de intercesión y apoyo espiritual para nuestro ministerio de evangelización. ¡Cuan central e importante es la figura materna en nuestra vida! ¡Cuan incondicional es el amor y el apoyo que nos regalan!

Fue de ella que aprendí a ser mamá y fue por su apoyo me embarqué confiada en esta hermosa travesía de la maternidad.  Al celebrarla a ella, celebro también a mi suegra, Maria de Jesús, que con su amor tenaz, levantó al hombre de bien que hoy es mi esposo.  También celebro a todas las madres y abuelas, esas valientes mujeres que son el ancla que mantiene el barco de nuestras familias en puerto seguro. Doy gracias a Dios por el don de la maternidad, y les invito a que reflexionen en el regalo precioso de nuestras madres.  Valoren cada sonrisa, cada lágrima, cada desvelo, cada consejo, cada abrazo.  Si la suya está en el cielo, dele a Dios gracias por cada segundo que la tuvo, y si está viva llámela, visítela, consiéntala, y déjele saber cuanto la ama.

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