El tema es aparentemente bastante
fácil, si partimos de la base que la oración es un diálogo de plena confianza con Dios, donde le
exponemos de manera sencilla nuestras alegrías, tristezas, sueños,
frustraciones, peticiones, agradecimientos
y todo lo que le podría contar a ese amigo que siempre está ahí, en las
buenas y en las malas. Pero al mismo tiempo el tema adquiere cierto grado de
dificultad cuando aparece el desánimo,
el cansancio o la desmotivación al creer que no existe destinatario al
otro lado de la línea escuchando mi oración.
Jesús
en uno en sus pasajes, coloca como ejemplo a sus discípulos la historia
del juez y la viuda que vivían en un pueblo. El primero no le temía a Dios y no
le importaban los hombres, la segunda, le exclamaba justicia al juez frente a
su adversario de manera constante. Pasó un largo tiempo y el juez fastidiado
tanto de la súplica de la viuda que actuó. Al finalizar el ejemplo, Jesús
compara la tardanza del juez en actuar con la respuesta de Dios, a lo que pregunta y responde: “¿no hará justicia a sus elegidos que le
gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin
tardar”. (Leer Lucas 18, 1-8)
Pues bien, cuando vayas hacer tu oración
personal o familiar debes tener en cuenta dos
elementos fundamentales en ese diálogo con el Padre: confianza de
que todo aquello que se expresa llega a
oídos de Dios y alegría porque lo pedido fue cumplido en la brevedad del
tiempo, al tal punto que después de hacer la oración debemos de actuar como si
ya hubiésemos recibido respuesta.
No debemos desanimarnos con el paso del
tiempo cuando hacemos ese contacto con Dios; la viuda nos enseña que a pesar de
la injusticia, de la negligencia del juez para actuar, ella siempre suplicó,
día y noche, a cada momento sin experimentar la derrota, hasta que alcanzó su
cometido.
No nos desanimemos en orar, en ser
buenas personas, en ser mejores padres
para nuestros hijos, en ser los mejores ciudadanos, en ser los mejores en cada
cosa que realizamos. El desánimo es para aquellos que la cobardía, la falta de
fe en Dios o las pocas metas trazadas los invaden día a día.
Ora siempre pensando que lo pedido fue
cumplido.
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