Por Megan y Juan
Creo que una de las cosas más emocionantes y a su vez espantosa del matrimonio es el prospecto de aprender a ser responsable
por el regalo increíble de la fertilidad. La llamada y vocación de abertura a
la vida en la iglesia católica puede parecer abrumador. Requiere del
discernimiento, disciplina, abnegación, sacrificio, mucho amor, y confianza en
el plan de Dios. Somos llamados a entrar en un proceso de considerar con
oración si Dios nos pide aceptar hijos en las distintas etapas de nuestra vida
o posponer los hijos cuando tenemos razones graves por hacerlo.
Juan y yo
ambos provenimos de familias de cuatro hijos, y nosotros también esperamos
tener una familia grande algún día. Nos gustaría tener varios hijos biológicos,
y a lo mejor adoptar también. (Además somos la pareja que ya tiene elegidos
cinco nombres de bebé). Sin embargo, cuando consideramos nuestras
circunstancias antes de casarnos (a Juan le queda para graduar de la
universidad y yo estoy estudiando para mi Magister), discernimos que nuestras
razones por querer esperar un rato antes de tener hijos son suficientemente graves.
Pero uno de
los aspectos hermosos del matrimonio católico es la llamada de estar siempre
abiertos a la posibilidad de tener hijos y preparados para recibirlos de Dios
con amor.
A este fin,
cuando nos casamos, Juan y yo decidimos dar un paso muy práctico para ser
verdaderamente abiertos a la vida cuandoquiera Dios nos quiere bendecir. Había
leído que hay beneficios para un bebé cuyo mamá estaba consumiendo un
suplemento de ácido fólico antes de concepción, y después de una recomendación
de mi médica, decidimos que aunque no intentaríamos añadir a la familia, yo
reemplazaría a mi vitamina regular con una vitamina pre-natal con ácido fólico,
por si acaso. (No estoy recomiendo esto para todos, hay que consultar con tu
medico).
Entonces en
Julio, casi una semana antes de la boda, fuimos a nuestro supermercado local en
Wisconsin y decidimos comprar para varios meses, ya que el precio de vitaminas
en los Estados Unidos es mucho menor que en Chile. Cuando fuimos de regreso en
el auto, Juan me agradeció por cuidar a nuestros futuros hijos antes de que aun
existieran.
“Es bueno saber,”
me dijo, “que los hijos siempre serán bienvenidos en nuestra familia.”
Pero por
ahora, como muchas parejas recién casadas, estamos viviendo nuestra llamada a
un amor fructífero en otras maneras, como ser involucrado con el movimiento de
Schoenstatt, orando para nuestro ahijado, e intentar priorizar el desarrollo de
nuestra espiritualidad matrimonial para que cuando discernamos que es hora de
crecer como familia, tendremos corazones aún más preparados para los
sacrificios y alegrías de hijos, y mejor preparados para enseñarles a amar a
Dios y la iglesia.
No puedo
creer que hayan pasado más de cinco meses. Por favor recuérdanos en tus
oraciones. Les recordaremos
en las nuestras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario