Del 15 de septiembre al 15 de octubre, se celebra el Mes de la Herencia Hispana. Este hecho me ha llevado a reflexionar junto a mi esposo Ricardo sobre cómo el ser hispanos ha impactado nuestra realidad como familia. De esta reflexión ha florecido una sonrisa en mis labios y una oración de agradecimiento a Dios por la gracia de ser hispanos.
Gracias a nuestras raíces hispanas, Ricardo y yo hemos aprendido el profundo valor de la familia. Y no solo de la familia nuclear –padre, madre e hijos- sino el infinito valor de la familia extendida. Abuelos y abuelas, tíos y tías, sobrinos y sobrinas, primos y primas, suegras y suegros, yernos y nueras, compadres y comadres; en fin, un ramillete de vidas unidas por los lazos de la sangre, del amor y de una cultura rica en costumbres, historia y fe que alimentan la vida familiar.
Gracias a que somos una familia hispana mi esposo, nuestro hijo y yo cenamos juntos todos los días dando gracias a Dios por el pan de cada día. Gracias a que somos hispanos oramos el Santo Rosario en familia y meditamos a diario en la Palabra de Vida. Gracias a nuestra hispanidad, compartimos abiertamente besos y abrazos que fomentan la cercanía y el amor familiar, buscamos visitar regularmente y compartir con nuestros familiares, celebramos en familia los quince años de nuestras niñas y la Navidad no es una época vacía dirigida solo a adquirir regalos. Gracias a nuestra cultura, no vamos a enviar a nuestro hijo a vivir independientemente cuando cumpla 18 años; más bien lo alentaremos a quedarse en casa, gozando del calor de nuestro hogar, junto a abuelas y tíos, hasta el día en que forme su propia familia y le motivaremos a enseñarle estos valores a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Esta reflexión nos trajo a la conciencia el orgullo que sentimos de formar parte de una familia hispana, Católica, Apostólica y Romana, regalo que recibimos por gracia de Dios y que llena nuestras vidas de pura bendición.
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