martes, 27 de septiembre de 2011

La violencia doméstica: un flagelo que destruye el matrimonio y la familia

En nuestro ministerio de evangelización a parejas y familias, y muy particularmente durante nuestros programas de radio que se transmiten cada martes y jueves, vemos con frecuencia y  gran tristeza la altísima incidencia de violencia doméstica entre nuestra gente hispana.  Golpes, gritos e insultos denigrantes, personas que fuerzan el acto conyugal con sus parejas aunque no lo deseen, personas que niegan los recursos económicos a sus parejas solo para ejercer control sobre ellas, o que prohíben a sus parejas o familiares tener contacto con otras personas también con el fin de controlar, se cuentan entre los muchísimos actos de violencia física, verbal, emocional y sexual que victimizan a cientos de miles de mujeres, niños y aun algunos hombres hispanos cada año en esta nación.

En nuestra experiencia, una razón primordial del abuso doméstico es el machismo que impera en nuestra cultura, que muchas veces se complica con una baja autoestima por parte del agresor.  Este mal social que presupone la superioridad del hombre sobre la mujer, y concluye que la mujer existe solo para servir y complacer al hombre es una plaga que destroza nuestra sociedad.  Una visión del mundo y la vida que ha sido aprendida por nuestra gente y practicada por cientos de años de nuestra historia; una actitud que denigra la dignidad y la igualdad de la mujer, creada por Dios a su imagen y semejanza.  Una conducta que se esparce por el ejemplo no solo a novios y esposos, sino también a los hijos, se repite de generación en generación, y es responsable por muchísimas de las heridas emocionales y espirituales que destrozan el corazón del ser humano y dañan la esencia el matrimonio y la familia, que es la base de la sociedad.

La violencia doméstica es responsable de un altísimo por ciento de los matrimonios y familias destrozadas de nuestro país, y de muchos de los jóvenes que terminan viviendo vidas vacías, sumidos en la depresión, el alcohol, las drogas y el crimen.  Es también la mayor causa de muerte entre las mujeres; muerte que es muchas veces física, pero aun más, emocional.

La buena noticia es que para Dios no hay nada imposible. Cuando ponemos nuestras vidas y familias en las manos de Dios, permitimos que el Espíritu Santo inunde con su amor sanador nuestros corazones y nos damos cuentas de cuál es el plan de Dios para los matrimonios y las familias, juntos en acción y oración podemos crear conciencia, y lograr que en nuestras matrimonios y familias cristianas podamos amar como nos ama el Señor, un amor que es libre, total, fiel y fructífero.

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