El evangelio de Juan nos trae a la memoria el acto de amor y amistad de Jesús hacia su gran amigo Lázaro al resucitarlo cuando ya llevaba cuatro días de estar enterrado. Después de llorar junto a su tumba, Jesús pidió que le quitaran la losa que lo cubría y, levantando los ojos al cielo, exclamó con fuerte voz: “Lázaro, levántate”. Al instante su amigo se levantó y comenzó a caminar (ver Juan 11:1-44).
Este milagro ocurrido hace ya muchos siglos atrás es constante en nuestra sociedad actual. Jesús sigue resucitando muchos Lázaros que estaban enterrados hace más de cuatro días, meses o años. Estos Lázaros que han muerto tienen la posibilidad de experimentar la resurrección. El problema es que son tantos que tal vez Jesús necesite tu ayuda. ¿Quieres reconocer un Lázaro muerto? ¿Eres tal vez tú uno de ellos? ¿Es alguien de tu familia? Tal vez, sea tu mejor amigo como le pasó a Jesús. Veamos:
Estas personas a las que llamamos “Lázaros muertos”, son aquellos que están enterrados bajo toneladas de indiferencias, discriminaciones, caprichos, superficialidades, egoísmos, machismos y prepotencias. Son personas que están enterradas bajo toneladas de miedos, complejos, drogas, actos indebidos, inseguridades, faltos de afecto; abandonados por su forma de ser y excluidos por su situación o color de piel. Son personas que durante mucho tiempo no han experimentado la resurrección ni han escuchado una voz de aliento, una mano amiga, un consejo, una oración o algo que les ayude a salir de ese sepulcro.
Padres, examinemos nuestro interior: tal vez necesitemos ayuda para salir de ese problema que no nos deja ser mejores personas y evidenciar en nuestra vida la resurrección. Preguntémonos cómo están los nuestros, ya que tal vez un hijo o familiar clama ayuda para salir de la muerte que ha venido experimentando en silencio porque nadie le ha puesto la atención necesaria.
A Jesús no le importó que su amigo tuviera mal olor como se lo recordó Marta (la hermana del muerto) para resucitarlo, al contrario, actuó y lo levantó. Levantemos los ojos al cielo y pidámosle a Dios que el olor del otro no nos impida ayudarlo, que el tiempo no sea tarde, que no estemos tan ocupados haciendo un montón de nada.
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