miércoles, 14 de agosto de 2013

Jesús y el ciego

El evangelio de Juan nos trae el milagro que Jesús realiza un sábado a un ciego de nacimiento, rompiendo con la tradición judía de curar en un día santo y sanando a un pecador que desde que llegó al mundo llevaba este sello en su vida. El Maestro escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva y se lo puso en los ojos del ciego. Después de lavarse en la piscina de Siloé, el hombre pudo ver, dando testimonio frente a las personas que se encontraban en aquel lugar (Leer Juan 9:1-41).

Este milagro que Jesús de Nazaret realiza debe llevar a los padres de familia a plantearse una serie de inquietudes que desde su oficio como formadores es importante hacer: ¿soy un padre ciego? En otras palabras, ¿soy un padre que no ve las cosas buenas de mis hijos? ¿Soy un padre ciego que no ve las cosas buenas de mi esposo o esposa? ¿Soy un padre ciego que no ve las necesidades de mi hogar? ¿Soy un padre ciego que no reconoce su cultura y se avergüenza de ella? ¿Soy un padre ciego que no ve la importancia de ser solidario y colaborar con mi parroquia y la comunidad? ¿Soy un padre ciego que llevando tanto tiempo en los Estados Unidos no ha podido ver las oportunidades de crecer como persona y ser mejor ciudadano?

Es cierto, en algunos momentos nosotros actuamos como un padre ciego; por eso es importante que en esta época, Jesús nos coloque un poco de saliva y lodo en nuestros ojos para que podamos ver todas aquellas cosas que nos hemos estado perdiendo por nuestro orgullo, conformismo y vanidad. Ojalá que después de meditar con mayor profundidad este pasaje bíblico, podamos ver y dar testimonio de las maravillas que la vista interior nos proporciona para ver el mundo y la familia de una manera diferente, observando en ellos sus cualidades y talentos.

Padres, si quieren encontrarse con Jesús para que Él pueda sanar y recobrar su vista, ya saben dónde lo pueden encontrar. A veces funciona la teoría de “en todas partes esta el Señor”, pero recuerden que en la Eucaristía la presencia de Jesús es mucho más fuerte, ya que Él se hace cuerpo y sangre a través del pan y el vino para que nosotros participemos del banquete del compartir, la esencia de la verdadera comunidad.

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