Existe un una discusión entre Jesús
y los saduceos, un grupo de sacerdotes
ricos y poderosos, asociados al Templo
de Jerusalén que en algunas ocasiones eran velicosos y groseros en sus
interacciones sociales. El tema de discusión gira en torno a la resurreción, ya
que ellos le preguntan a Jesús cuál de los siete hermanos que murieron y se
casaron con la misma mujer le pertenecerá en la otra vida?
Jesús, frente al cuestionamiento responde que en la
otra vida todos seremos tratados como ángeles y no volveremos a morir ni a
casarnos nuevamente, porque gozaremos de
la resurreción ya que nuestro Padre, es un Dios de vivos, no de muertos.
(Ver San Marcos 12, 18-27)
Que tan importante es entender que somos hijos de un
Padre vivo, que esta presente en cada movimiento que realizamos, en cada cosa
que proyectamos, en cada meta planeada, en cada acción que hacemos desde la
mañana hasta que termina el día. Eso quiere decir, que si nos sentimos
verdaderos cristianos católicos tenemos que vivir cada momento con toda
intensidad, tenemos que reflejar al otro (hijos, esposa, esposo, familiares,
amigos, comunidad, etc.) que estamos vivos, que existimos, que estamos presentes,
que soy persona, que tambien siento, que también valgo, que soy un ser único e
irrepetible sobre la tierra.
No podemos como cristianos católicos proyectar
acciones o pensamientos de muerte, no podemos sentirnos tristes, sin metas,
deprimidos, sin ganas de vivir; sintiéndonos despreciados o acomplejados, menos
personas a pesar de los problemas que tal vez estemos teniendo.
Somos hijos de un Dios vivo, somos personas que
podemos aprovechar al máximo nuestras cualidades y ponerlas al servicio de la
familia y la comunidad.
Preguntémosnos hoy: ¿estás vivo o muerto? Si tal vez
no sabes, mírate en el espejo y te darás cuenta que tu rostro te ayudará a
encontrar la respuesta. Si estás vivo, proyecta ese ánimo a los tuyos, pero si
estas muerto en vida, entonces que descanses en paz.
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