Cuenta una leyenda que cuando Dios crea un hombre toma
un corazón en la mano y lo parte
en dos; una mitad la coloca en el pecho del
hombre y la otra mitad en el cuerpo de una mujer. A ambos los echa al mundo, a cada cual con su medio
corazón. Cuando los dos crecen notan que
no tienen más que medio corazón y que deben ponerse a la búsqueda del otro medio corazón que a cada uno
le falta. Dónde estará esa otra mitad?.
Estará cerca?. Estará lejos?. Ninguno de los dos lo sabe. Por eso, ni él ni ella deben descansar
hasta que encuentren el otro medio corazón.
Una vez que lo encuentren, tienen que unir sus dos medios corazones para formar uno solo, y para
lograrlo solamente hay un pegante:
el amor.
La leyenda del medio corazón aparece en una forma u otra en muchas de las culturas
antiguas de la humanidad: los chinos hablan
de chapa y llave, los griegos hacen referencia al mito del ‘andrógino’, algunas tribus
latinoamericanas aluden a la lluvia y tierra; los
filósofos del lenguaje acuden a los pronombres ‘Yo’, ‘Tú’, que unidos hacen el ‘nosotros’ de pareja;
los enamorados en su argot popular
hablan de ‘mi otra mitad’. Todas estas intuiciones hacen referencia al plan de Dios al crear
al varón y a la mujer en vista a hacer
de ellos “una sola carne”. Este ‘una sola carne’ se traduce por el ‘nosotros conyugal’ o el ‘yo
conyugal’, como afirmaba San Juan
Pablo II. Este ‘nosotros conyugal’ no surge espontánea, mágicamente; el machismo, y más recientemente el
feminismo, en vez de hacer confluir varón
y mujer a formar el ‘nosotros’ de la pareja, los aleja uno de otro. La integración de varón-mujer como
‘una sola carne’ es obra de un
proceso dinámico que va superando diversos niveles: la comunión genital, la comunión afectiva, la
comunión personal y la comunión sacramental
que los hace ‘símbolo’ de la unión de Cristo con su iglesia. Es un camino que deben
recorrer juntos una imagen plástica de
lo que debe ser la sintonía de varón-mujer unidos como una sola carne, con la conciencia de ser el ‘nosotros
conyugal’, es la representación de
una pareja en una barca movida a dos remos; para que la lancha camine hacia
adelante es necesario sincronizar el movimiento uniforme y rítmico de los dos remeros. Un gran
teólogo moralista –Bernhard Häring- expresó
este movimiento en la sentencia. “deliberar y decidir juntos”. El Concilio Vaticano II ya intuyó la
necesidad de encontrar la ‘otra mitad’,
es decir, crear ‘la conciencia de ser una sola carne’ cuando enseñó en la Gaudium et spes: “se
esforzarán ambos de común acuerdo y común
esfuerzo por formarse un juicio recto” (n. 50). San Juan Pablo II lo ratificó con estas
palabras: “conviene tener presente que
en la intimidad conyugal están implicadas las voluntades de dos personas, llamadas sin embargo a una
armonía de mentalidad y de comportamiento”
(Familiaris consortio n. 34).
Encontrar ‘la otra
mitad’ y formar con ella ‘una sola carne’ es tarea ineludible de varón y mujer cuando intentan realizar
felizmente su vocación matrimonial. El
gran ingrediente que une las dos mitades –el amor- debe crecer progresivamente, porque si el amor no
crece, entonces decrece y puede
llegar a morir….
Para reflexionar: qué acciones realizas para fortalecer tu relación matrimonial con tu "otra mitad"?
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