Hacer la verdad
con amor era un principio pedagógico que ya usaban los antiguos romanos: “firmiter in re, suaviter in modo”, que traducida a nuestra lengua española equivale a decir:
mantenerse firmes en los principios, pero
siendo flexibles en el modo de aplicarlos. Vemos claramente que la equivalencia del slogan de los romanos
con la sentencia bíblica es patente.
Uno y otro, que tienen plena validez en la pedagogía familiar; pero hoy han entrado en crisis en la
educación en familia y en la escuela.
Esta crisis se manifiesta en el paso del
rigorismo, al permisivismo.
Solemos decir que los “extremos son viciosos”; ciertamente que lo son; el rigorismo
genera niños miedosos y el permisivismo
hace niños sin Dios y sin ley. Un autor describió este cambio, refiriéndose a los padres de
familia, con estas palabras: “somos
los últimos hijos que fuimos regañados por nuestros padres y ahora somos los primeros padres en ser
regañados por nuestros hijos”.
Se hace necesario buscar y encontrar el
equilibrio entre autoridad y flexibilidad.
No es fácil, pero sí es posible. La sentencia de la Carta a los Efesios y el slogan de los
antiguos romanos nos dan una pista: los
padres de familia deben saben conciliar los grandes principios de la verdad, de la justicia, de la
solidaridad, etc, con la exigencia de amor,
de comprensión, de flexibilidad, de acompañamiento que necesitan el niño, el adolescente, el joven en
el proceso gradual y progresivo de su
crecimiento.
Este acompañamiento tiene sus fases o
etapas: el niño, el adolescente,
el joven, necesitan un trato diferenciado según su edad, su carácter, su desarrollo. No
es lo mismo el niño de cinco años, que
el chico de doce o joven de dieciocho años; cada uno de ellos experimenta cambios diversos, vive
situaciones distintas, afronta problemas
diferentes, de acuerdo a la etapa de su desarrollo y de su edad. Aplicar la sentencia bíblica de
“hacer la verdad con amor”, o el principio
de los romanos –“firmes en defender los valores humanos y cristianos, pero flexibles en el modo
de aplicarlos”- quiere decir, inculcar
las normas de vida haciendo ver que son razonables y justas, pero sin autoritarismo, sin acritud,
sin ánimo de amenaza o de venganza.
Laberthonnière, un escritor francés, escribió que “en la familia, como en
cualquier otra institución, la autoridad de quien enseña debe respetarse tanto como la
libertad de quien es enseñado”.La corrección en familia entra en esta perspectiva de la conciliación de la verdad con el amor; el Libro de los Proverbios, en el Antiguo Testamento, afirma que “Dios reprende a aquel que ama como un padre a su hijo querido” (3,12). El padre, la madre de familia, al castigar deben hacer sentir que lo hacen precisamente porque aman al hijo. La corrección con odio, con desprecio engendra odio y rechazo; la corrección con amor genera aceptación y hasta gratitud. El Evangelio de S. Lucas nos cuenta que Jesús en Nazareth iba creciendo en edad, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombre (2,52). Se podría añadir: crecía bajo la mirada tierna y dulce de María, bajo la autoridad de José y bajo el amor y la comprensión de ambos.
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