Los
adolescentes y los jóvenes son los mejores críticos de la vida de sus padres.
Cuando los jóvenes ven que sus padres se aman, se comprenden, se perdonan y
dialogan, piensan en este modelo como el modelo ideal para su futura vida de
pareja; en cambio, cuando observan que hay riñas, discusiones interminables,
disgustos frecuentes entre ellos, comentan: ‘esto es el matrimonio?. Así es la
vida matrimonial, mejor es no casarse’. Es la reflexión que hemos escuchado a
muchos jóvenes.
En
otro tiempo las parejas se esforzaban por comprenderse y hacer vida de esposos;
había dificultades y problemas ciertamente, pero querían luchar. Hoy parece que
prevalece el egoismo y cada uno de los cónyuges intenta salvar su
individualismo. Es una lucha entre el YO y el TÚ que no logra construir el
NOSOTROS. De ahí que veamos tantas parejas fracasadas. Parece no importarles la
vida del otro (del cónyuge y de los mismos hijos).
Dónde
está la raíz, la causa de este problema?. Una primera causa, que a veces queda
como oculta, es la falta de preparación seria al matrimonio. Muy frecuentemente
los novios son unos grandes mentirosos: él usa la máscara del
‘gentleman’(muy cortés, muy fino, muy elegante); ella emplea la máscara de la
‘reina de belleza’ (muy tierna, muy delicada, muy bien presentada) Al día
siguiente a la boda, uno y otra se quitan la careta y aparece la realidad
cruda: un carácter desagradable e insoportable…, ella se olvida de que debe ser
la eterna novia para seguir agradando a su esposo…
Puede
haber también causas que vienen de atrás: los padres de familia no han
preparado a sus hijos para el matrimonio. En esta preparación uno y otro de los
padres tienen su competencia específica respecto del hijo o de la hija; la
madre deberá capacitar a su hija para que sepa llevar una casa de hogar como
mujer; respecto del hijo, la madre deberá instruir al varón acerca de la forma
como agrada a la mujer que la trate el hombre. El padre de familia deberá
orientar a la hija en torno a la forma como el hombre espera que lo trate la
esposa; y al hijo lo instruirá en todo aquello que es responsabilidad del varón
sobre la dirección del hogar.
Un
problema que frecuentemente es motivo de serios conflictos es la infidelidad
conyugal; por causa del ‘machismo’ inveterado entre los varones, el esposo
suele ser terriblemente incoherente; olvida la ‘regla de oro’ universal: “no
hagas al otro lo que no quieres para tí”. Suele suceder que el esposo va
cantando bonito de solar en solar, y no admite que otro gallo venga a cantar en
su propio corral…
De
frente al egoismo, al individualismo reinante, conviene recordar que ya desde
el comienzo de la historia de la humanidad, desde el Génessis, el Creador
propuso el plan de vida para la pareja humana: “dejará el varón a su
padre y a su madre, se unirá a su mujer y se harán los dos una sola carne”; el
Papa Juan Pablo II traducía el “hacerse una sola carne” como “convertirse en
una persona conyugal”. Tres verbos (dejará…, se unirá, se harán los dos…)
conforman el proyecto divino sobre la pareja humana. Son tres verbos en futuro,
lo que sugiere hacer un camino, realizar un proceso conjuntamente: es el
proyecto de convertrise en un NOSOTROS auténtico, en una comunidad de amor y de
vida.
No
es fácil lograrlo. Juan Pablo II, refiriéndose a este proyecto dijo: “conviene
tener presente que en la intimidad conyugal están implicadas las voluntades de
dos personas, llamadas sin embargo a una armonía de mentalidad y de
comportamiento. Esto exige no poca paciencia y tiempo” (Familiaris
consortio n. 34).
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